Día 3 | El calor
El despertador sonó temprano. 4:30 am haciendo el esfuerzo por salir de la cama, después de haber estado las últimas tres horas intentando dormir, casi sin éxito, porque tenía los deditos de los pies tan fríos que no podía dormirme sin volver a despertar.
Después de un desayuno nocturno, con panqueques, dulce de leche (¡que felicidad!), mermelada y té (también nos pusieron yogur y cereales, pero se olvidaron de darnos platitos y cucharas para poder comerlos), cargamos todo al jeep y salimos, todavía con el cielo totalmente negro y -15°C.
Después de algo así como una hora, y con el cielo ya aclarándose, llegando a los géiseres Sol de Mañana. Con nosotros estaban estacionando los otros ¿5? ¿8? ¿10? jeeps. Multiplíquenlo por seis personas en cada uno. Esa era la cantidad de personas dando vueltas alrededor de una fumarola (una solita, no muy grande), tratando de sacarse una foto junto al chorro de vapor. Uno a uno iban parándose delante del géiser, detrás, al costadito, haciendo caras. La foto del “acá estuve yo”Faltaba poner un ticketero para sacar turno. Imposible sacar una foto sin gente. Sólo lo hubiese logrado haciendo enojar a los de mi grupo por tanta espera.
De ahí fuimos al cráter. Eso sí que era asombroso. Hoyos de barro entre gris y marrón, borboteantes, burbujeantes, fumarolas de vapor enormes que te envolvían, un olor espeso a azufre y sulfuro que penetraba el ambiente. Un frío que congelaba mis pies, paralizaba mis dedos y me golpeaba la cara, que penetraba el pecho sin importar cuánto abrigo tuviese. Sacaba fotos rápido, no podía detenerme mucho a pensar y enmarcar, disparaba seguido, hacía mucho frío y la gente se cruzaba por todos lados, así que había que aprovechar cualquier momento. De a poquito se empezaron a ver los primeros rayos de sol, y en un santiamén (qué palabra de viejos…) ya estaba iluminando todo, cegando la vista. Me subo al jeep y hacia allá vamos: al Sol. Nuestro guía no veía nada, estaba tan bajo todavía e íbamos tan hacia él, que todo era una gran mancha de luz.
Una hora después llegamos a la Termas de Polque. Por suerte el aire ya no estaba tan frío, y aunque al principio lo dudé, me metí. Chau pantalón y calza, todo a la vez. Chau zapatillas, medias y polainas, ahora van las ojotas. Campera fuera, polar, remera larga y musculosa, todo junto se va. Ya estaba en bikini. Pego dos saltos envuelta en la toalla, la tiro un poquito más lejos, y me meto en la piscina natural. La mejor decisión. Era la única “ducha” en tres días, la posibilidad de sentirme un poco más limpia entre tanto polvo, de refrescarme -por así decirlo- hasta que al día siguiente pueda bañarme en serio. Y más allá de eso, la temperatura estaba perfecta, calentita sin quemarte.
Antes de pegar la vuelta para empezar el regreso a Uyuni, fuimos al Desierto de Dalí, cerca de la frontera con Chile (y por donde siguen los tours que van a Atacama). El nombre no necesita mucha explicación: los colores y la vista es tan surrealista, que bien podría ser una pintura del artista español. El Volcán Dalí, el Volcán Nelly, las Rocas de Dalí, esas arenas amarillo-marrones, esas montañas cual helados sundae, hacían una combinación poco real. Si en el Salar de Uyuni estaba dentro de un sueño, en sus lagunas y desiertos me sentí dentro de una pintura.
A las
7:30 Iván se fue, y una hora después yo guardé mi cuaderno y lapicera y me fui. A las 9 salía mi bus a Sucre, y con el cansancio que cargaba de los últimos tres días de sol, viento, frío y aire libre, no veía la hora de estar en el bus y poder dormir, pensando en la ducha del día siguiente.
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Para seguir leyendo sobre el resto de los días:
Si quieren ver más datos sobre los tours, precios, consejos y recomendaciones, pueden leer la guía de Uyuni.
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