Eduardo Galeano
El día después del carnaval, Bruno me invitó a almorzar al restaurante de su papá. Después de la sopa, la ensalada a elección (las que más me gustan y no tanto, porque puedo poner tanto como yo quiero que siempre es una barbaridad), y el plato de arroz y lentejas, fuimos a dar unas vueltas por la ciudad. Helado de paila de por medio (ri-quísi-mo, parecía pura mora hecha helado), llegamos al Mercado Central. Cruzamos unos pasillos y él se tenía que ir a trabajar, no sin antes regalarme una bolsa con una docena de doritos, una banana chiquita y dulce.
Desde que empecé el viaje, para mi los mercados siempre fueron mundos paralelos, un puerta de entrada a un universo diferente a lo que sucede afuera. Babacos y tomates de árbol y naranjillas, y bananas y zanahorias y papas en pilas, encimados, compitiendo color a color, llamando a mirar. Como la mayoría de los mercados, todo está ordenado, dividido por sector: en los pasillos principales las frutas y verduras, un pasillo a la izquierda con los puestos de pan, todos los puestos alrededor con carnes colgando esperando ser cortadas; arriba, los puestos de comida con locros, desayunos, almuerzos, tortillas, jugos. Un mercado es un tour express a la diversidad y sencillez gastronómica por estos lares.
Y además de que me encantan los mercados normales, los que abren todos los días de seis a seis, en Ecuador encontré muchos mercados semanales, que se hacen un solo día a la semana, y es casi LA ocasión.
Ir al mercado no es algo más para ellas: es el momento en el que uno las ve mejor vestidas, mejor peinadas, más lindas y elegantes. Cuando estábamos en Saquisilí, primer pueblo donde paramos rumbo al Quilotoa, un jueves (el día de feria), le dije a mi hermano: “miralas, miralas cómo se visten, cuán arregladas están”. Yo: la calza de siempre, mi campera de siempre, mi mochila con la carpa atada que compite si tiene más kilómetros o tierra, mis zapatillas que se la bancan, mi pelo siempre enredado; ellas: con cancanes negros o color piel, su pollera acampanada, sus zapatitos brillosos, sus blusas de colores, su chal bien puesto, su pelo prolijamente estirado y trenzado y atado, su sombrero colocado justo donde va. Para mí, una cuestión de pueblo; para ellas, el evento de la semana.
Pasearse por un mercado significa dos cosas: uno, que al pasar, las mujeres (siempre son mujeres) te pregunten qué estás buscando o te pidan directamente “cómpreme unito”; y dos, ver traslucida la vida cotidiana en ese lugar tan público e inherente de estos países. Ver nenes durmiendo sobre las tarimas de madera (incluso, arriba de las papas), señoras tejiendo, dos mujeres almorzando y hablando de puesto a puesto, una chica pelando habas o dándole la teta a sus bebés.
Y aunque nunca me sorprendió, siempre son mujeres las que toman la posta del negocio, las que están cocinando, sirviendo los platos de comida, limpiando y vendiendo las frutas y verduras, cortando y pesando las carnes, haciéndote probar los quesos. Son ellas las que muchas veces sostienen el hogar, las que organizan la economía familiar, las que le ponen pecho.
Seguro por eso una vez en Huaraz, comprando frutas en un carrito de la calle, la mujer me dijo, señalando al marido: “llevéselo a este a su país, que acá no me sirve de nada”. Yo no sabía si reírme o tenerle compasión, si era un chiste o un chiste con verdad en el fondo.
Seguí dando vueltas por el mercado, subí por las escaleras, di unas vueltas por el sector de comidas y jugos, con la gente concentrada en el partido de fútbol que pasaban por la tele y no absorta en su plato. Había una escalera más, y antes de subirla, vi dos nenas. “Puedo sacarles una foto?”, les pregunto, y al tercer click ya estaba rodeada: aparecieron dos, tres, cinco, siete nenes más, todos hijos de mujeres que trabajan en el mercado.
Me quedé hablando con ellos, qué de dónde eres, que haces aquí y cuándo vuelves a Argentina; que cómo se llaman y cuántos años tienen y quiénes son hermanos y a qué grado van, y ellos peleándose como hacen los nenes, compitiendo quién en más grande (mira si los adultos compitiesen a ver quién tiene más años…). Le hice las dos trencitas a la muñeca de una de las nenas y después la trenza cocida a ella (con la nada de pelo que tengo, hacía mil años que no hacía una trenza), algunas mamás empezaron a llegar y me despedí.
Camino a la salida del mercado, veo a una señora con una cruz pintada en la frente. “Señora, ¿puedo sacarle una foto?” le pregunto, señalándole el dibujo. Avergonzada y riéndose, me dice que sácale fotos a ella, señalando a la mujer que estaba a mis espaldas.
No me acuerdo cómo se llamaban (el problema de no anotar enseguida), pero sí recuerdo lo simpáticas que eran, que me contaron sobre el miércoles de ceniza y que no comen carne los viernes desde Carnaval hasta Semana Santa, que me preguntaron si en Argentina se hacía lo mismo, que quisieron saber qué conocía de Ecuador, que comieron felices las bananas que les di, que me preguntaron por mi marido (porque en Ecuador, a los 25 años es lo más normal tener dos hijos además), que me preguntaron cómo hacía para viajar, que indagaron por mi marido (porque acá a los 24 años es normal tener dos hijos ya), que una de ellas me dijo que se tenía que ir a darle la teta a su hijo de cinco años (si escucharlo parece sorprendente, en Bolivia una vez vi a una mujer en plena calle dándole la teta a su hijo que estaba parado. Sí, pa-ra-do, al mejor estilo Son como niños), que me pidieron que pase a saludarlas antes de irme.
9 Comentarios
Hermoso relato naty!vengo leyendote pausadamante porque estoy armando mi viaje.Al que haya leído Cien años de soledad de García Marquez la anécdota de las cruces de ceniza en la frente no va a pasar inadvertida 😉 saludos
¡Gracias! =)
Chevere Nati, a mi tambien me encantan los mercados, nunca se sabe con lo que se puede encontrar
Son como un huevito Kinder, siempre con sorpresas =)
Muy bueno Nati, qué sería del viaje sin los mercados…? ufff…
Excelentes fotos, yo nunca me animo a pedirles fotos a la gente, todo de canuto, jeje.
Abrazo!
Un viaje por Sudamérica sin mercados… no es viaje!
Sabes que en Ecuador me encantó que en general posan felices para las fotos! A veces están buenos los robados, pero hay que animarse a preguntar =)
Besos!
Hermoso, hermoso post, de verdad!!!!!!
Gracias!
Reblogueó esto en bibliotecadealejandriaargentina.