Iba caminando por la playa, me habían dicho que a media hora por la costa estaba La Boquilla, un pueblito pesquero. Estaba a minutos en bus de Cartagena, pero quería ver otra cosa, algo donde no haya tantos extranjeros (tengo un rechazo a las ciudades/lugares congregados de turistas) y los pueblitos pesqueros (muchas veces los pueblitos en general) tienen un no-se-qué que me encanta. Capaz que sea que me refleje cierto grado de autosustentabilidad, de tranquilidad, de vida en pleno contacto con la naturaleza, capaz que me hace acordar a algún pueblito pesquero en el que estuve en el sur de Chile, capaz que siento que la gente va a ser muy sencilla, tranquila, casera. Capaz es una mezcla de todo eso y por eso tienen ese no-se-qué que me gusta.Iba caminando despacio, pegajosa por la sal del mar y del viento, y después de pasar los resorts, sus sombrillas y reposeras en la playa, los vendedores playeros, alguien haciendo windsurf y algún que otro turista ya por emprender la vuelta, el paisaje empezó a cambiar. Botes en la playa, chozas, hombres y más hombres jugando al fútbol, nenes corriendo de la playa al mar y del mar a la playa con una sonrisa enorme. Ese reflejo de tranquilidad, de disfrutar lo sencillo, de compartir los momentos, de paz.
Hasta que los vi. Unos nenitos jugando al fútbol un poco más allá, y unas nenas alrededor de una mujer un poco más acá, cerca de una choza enorme prácticamente sin paredes, todos con un mismo uniforme. Era una escuela. En la playa. Cuando me vieron que me acercaba y que yo estaba atinando a sacar la cámara, no hicieron más que salir corriendo. Hacia mí. Sonreían, posaban, se hacían bromas entre ellas, se amontonaban para estar delante de la cámara, seguían sonriendo y posando. Que inocencia, que frescura y espontaneidad.
1 Comentario
maravillosa la foto y la historia!