Chile

VIDA DE PUEBLO

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Cada vez estoy más convencida de que la casualidades no existen, esta vida es un mar de causalidades, donde una decisión nos lleva a una situación, y esa a otra y a otra y a otra y así interminablemente, desde pequeños detalles hasta grandes decisiones. ¿Nunca se pusieron a pensar qué hubiese pasado si no hubiesen doblado en esa esquina, si hubiesen estudiando otra carrera, si hubiesen decidido no ir a ese lugar, si hubiesen tardado 5 minutos más en llegar, si no se hubiesen mudado de ciudad, si se hubiesen demorado 1 minuto más en salir, si no hubiesen mandado ese email? ¿Cómo ciertos hechos -o nuestra vida misma- sería diferente si hubiésemos tomado otra decisión?

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A la vuelta de casa

Hace poco más de un mes, cuando ya estaba prácticamente con un pie fuera de Chile y sólo volvía porque había comprado los pasajes de avión ida y vuelta antes de decidir que ya me iba definitivamente, leí un post en CouchSurfing que ofrecía trabajar en la montaña, en una empresa de turismo que estaba recién empezando y, como todo que está empezándose a formar, necesitaban ayuda en todo un poco. Así fue que les escribí, ya que entre estar unas semanas sin mucho que hacer en Santiago y estar unas semanas trabajando y entretenida en las montañas… la balanza tiraba claramente.

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Después de una nevada en pleno febrero, salió el sol.

Así fue que me fui, sin saber exactamente dónde me iba, a hacer qué, por cuánto tiempo… claramente soy el tipo de personas que no le molesta mucho no tener 100% seguro cómo van a ser las cosas, mi familia y amigos me llenaban a preguntas sobre el qué, cómo, cuándo, cuánto… y yo, lo que menos tenía, eran respuestas claras. Todo se iba a ir acomodando con los días, simplemente era dejar fluir, ¿qué podía llegar a pasar? Lo único que sabia era que me iba a vivir y trabajar en una cabaña de montaña preciosa, en Farellones (pero sin saber exactamente dónde quedaba eso), en algo relacionado a una empresa de turismo… el bosque pintaba bien, había que ver con detalle los árboles ahora.

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Esta foto me llegó al mail: ese era el lugar donde iba a vivir.
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Una parte que me encanta de la casa: el living, visto desde la cocina.

Y los arbolitos fueron increíbles. Vivir y trabajar en Farellones significaba vivir en un pueblito en medio de la montaña, estar rodeada de árboles, valles, montañas, cóndores, conejos, aire puro, brisa fresca. Significaba un trabajo relajado, donde yo podía manejar mis horarios, donde más que tener jefes y compañeros de trabajo, eramos un equipo. Significaba poder salir a caminar al amanecer, hacer acrobacia en telas al mediodía, escalada alguna tarde, trekking y camping los fines de semana (sí sí, también trabajaba). Significaba ver los atardeceres más hermosos que vi en mi vida, con cielos turquesas, rojos, amarillos y fucsias. Significaba ver amaneceres azules que teñían las montañas por horas hasta que finalmente el sol lograba asomar. Significaba  trabajar mirando las montañas, con el sol en la cara si quería. Significaba una vida relajada, lejos de ruidos de autos, smog, bullicio, gentío. Significó otro nuevo cumpleaños diferente, con pocas -importantes- personas, en medio de la montaña, relajados, sin regalos, sin feliz cumpleaños, sin torta, sin velitas pero feliz.

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Atardeceres así de espectaculares
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Pasé mi cumpleaños… como un día más. Hermoso =)
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Y esto… es Farellones.
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El refugio alemán, a unas horas de caminata.
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Una noche de camping en algún lado de la montaña.

Al fin y al cabo, estuve un mes y medio viviendo en un pueblito de menos de 150 personas, a una hora de una capital. Si alguna vez alguien me hubiese dicho que iba a irme a vivir a un pueblo, y encima iba a gustarme, seguro no me lo creía.  Y este no sólo me gustó: me enamoró.

Me gusta ver este blog como un espacio en el que compartir mis viajes para animarte a que vos también te lo hagas. Vas a encontrar historias, fotos, info útil y consejos para te animes y des el primer paso.

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